En el ribero
valle del Queiles, esta laguna recoge las aguas del Moncayo con fines de regadío. Pero es mucho más que eso: un coto de pesca donde especies autóctonas conviven con otras más nuevas; un sendero perfecto para
observar aves acuáticas; y un entorno lleno de misterio donde antaño algunos bañistas perdían la vida intentando cruzar la badina.
Al cruzar la carretera de Cascante a Ablitas llegamos a la orilla de la laguna. A partir de este momento, el recorrido por una
pista elevada bordea esta balsa en la que se puede contemplar, según la época del año, especies como la focha, el somormujo lavanco, la garza real, el pato colorado, el porrón europeo, etc. El baile del somormujo en época de celo, un ritual que asemeja un baile frente al espejo, no deja indiferente a nadie. Conviene guardar silencio y no salirse del camino para no ahuyentar a las aves.
Más adelante se puede observar una zona de plantas acuáticas, similar al estanque de un jardín japonés.
Y para poner a prueba la sugestión, nada mejor que acercarse a la laguna
por la noche. Los siniestros sonidos nocturnos activan la imaginación y pueden llegar a poner los pelos de punta. ¿Hay un miura en medio de la laguna? No, en realidad es el avetoro. ¿Y esas risas? ¿Son de un hada? ¿Una presencia humana? Respuesta negativa. Hay aves cuyo cántico simula la risa humana. De día o de noche, un paseo reconfortante a un enclave natural poco conocido.